lunes, 29 de octubre de 2012

Capitulo 1: El misterio del señor feudal


No. Esa fue la respuesta que pensé nada más terminar de leer la misiva que me
acababa de traer un mensajero. La verdad es que ya podía intuir el tema del que iba a
tratar la carta pero, igualmente, me tomé mi tiempo para leerme y reconsiderar (o actuar
como si lo hiciera) la extensa petición que mi aliado (un buen hombre de cuarenta y tantos
años, con el cabello negro corto y decorado con algunas canas a causa de la edad y con el
cuerpo, aunque en su momento estuvo bien formado de tantos años de guerras y batallas
entre los señores de tierras lejanas, envejecido por el paso del tiempo y con una barriga
más inmensa que la de una embarazada).
No podía hacerle la desvergüenza de ignorar el mensaje que habían enviado desde tan
lejos, además de era uno de los mayores aliados de la ciudad de Tomizume, así como un
hermano de armas. Pero lo que me proponía cruzaba el límite de nuestra amistad. ¡¿Cómo
puede una persona enviar un escrito así, ni tan siquiera atreverse a escribir semejantes
palabras?!
Lo que estoy intentando decir es que no pienso concederle su propuesta -¡por encima de
mi cadáver!-, básicamente, porque me está pidiendo la mano de mi hermana.
Tengo que admitirlo, Takayami Hidetsune era reconocida como una de las doncellas más
hermosas del país, y no sólo por su físico, sino por otras cualidades como su manejo de las
artes, tales como la música o la danza, hacían de ella una dama bien educada y una futura
esposa y madre ejemplar. Ella sería lo que algunos considerarían como una "buena caza".
¡Pero estamos hablando de mi hermana, por los kami*!
Kaya y yo hemos estado juntos desde nuestra mas tierna infancia, hemos vivido muchas
aventuras y alguna que otra travesura juntos, todos los veranos viajamos a la mansión de la
costa donde nos tomamos unos días de libertad y descanso; incluso me ha acompañado a
las tierras de nuestros aliados, aunque ella decía que era para ver mundo y no estar
encerrada en el castillo (pero yo sé que lo hace porque no quiere dejarme solo). También
me apoyó cuando nuestro honorable padre y antiguo señor feudal de la ciudad de
Tomizume falleció, dejando a un adolescente -un servidor- como su sucesor.
Por lo tanto me es imposible otorgar su mano en matrimonio a alguien (por muy
poderosos que fuese), por el siempre motivo de que la necesito a mi lado.Lo admito, soy débil sin ella.
Requiero de alguien que me sonría cuando he tenido un día de cuantioso y opresivo
trabajo, que me cuente sandeces como que se ha probado varios kimonos para la
ceremonia del emperador (no obstante, todavía falta casi un año) o que se preocupe por mi
salud si estornudo o si me duele la espalda como si unos demonios estuvieran bailando
encima de ella.
Pero, sobretodo, necesito a alguien que conoce mi mayor secreto; Kaya es mi único alivio
ya que con ella puedo ser yo misma.Sí, soy una mujer.
Es una historia muy larga de contar: mi venerable padre, que descansé en paz, se casó
prontamente con mi madre, una mujer de hermosa figura y belleza sin igual de la que, tan
sólo, he heredado mis extraños ojos dorados, y me concibieron.
Más, una fatídica noche -exactamente la noche de mi alumbramiento- mi madre falleció
minutos después a que yo respirara por primera vez el aire del mundo humano.
Mi padre entró en un estado depresivo, donde podía estar días sin dormir o sin hablar
con nadie, durante varios meses y ni siquiera sabía que tenía una hija, pues no vino a verme
nunca; gracias a los dioses que estaba Takumi-sama, la mano derecha de mi padre (y
actualmente la mía también). Fue él quien se ocupó de recibir a los invitados que venían a
ofrecer sus condolencias, preparar el funeral de mi madre y preocuparse por mi
manutención. En la ciudad no se conocían los detalles de mi nacimiento, pues todos
guardaban luto por respeto a su señor, ni tampoco se difundió la noticia de que era una
mujer y no un varón, como se esperaba. No fue hasta cinco años después cuando la gente
de Tomizume escucharía la noticia de que mi padre había tenido un varón sano con su
primera esposa.h
Un año después de nacer (toda esta historia la sé porque Takumi-sama me relatava
esta historia para que me durmiese, no tenía nada más alegre que contar), mi padre viajó
hasta unas tierras vecinas para reforzar una alianza con otro señor feudal; y la hizo.
Después de pasar allí cinco largos meses de negociaciones volvió a la corte, con su
segunda esposa.
Aiko-san, la hija del terrateniente vecino y la madre de Takayami, era una joven
adolescente de cabellos azabache, con la cara redondeada, carácter alegre y talentosa a
la hora de tocar instrumentos. Viajó hasta Tomizume con tan sólo catorce años,
acompañada de su dama de compañía y de unos pocos sirvientes.
Uno de los recuerdos que conservo de ella fue de la primera vez que ella y yo nos vimos
(cuando yo ya tenía dos años y pocos meses); a pesar de ser la hija de la primera esposa,
Aiko-san me aceptó como si fuese su hija ( y todavía sigue tratándome como si fuese un
bebé) puesto que, según sus propias palabras, no quería que "una niña tan preciosa como
Hikari Hidetsune (¿he mencionado ya que no ve bien de cerca?) fuese olvidada por su
propia familia, ya que su madre no se lo perdonaría a su esposo y se sentiría apenada
desde el mundo de los muertos".
No sabría si tomármelo bien o mal, pero siempre me he sentido a gusto con ella, tener
una madrastra no es tan malo si te toca alguien así. Aunque nunca he podido tener tanta
confianza con ella que con Takayami.
Mi padre y Aiko-san fueron felices en su matrimonio, se amaban hasta límites
inimaginables, pero ella lo que más deseaba era darle un varón a su esposo, un sucesor
que heredara su puesto como terrateniente; aunque no lo parezca ella no buscaba la
riqueza de mi padre ni el poder que obtendría con un hijo, sino que lo hacía por mi. Aiko-san
sabía que si no había ningún hijo en la línea sucesoria sería yo quien sufriría las
consecuencias ya que, al ser la primogénita, mi deber sería casarme con el hijo de algún
aliado para que este regentara las tierras de mi padre.
Mi madrastra tardó dos años en quedarse en estado de buena esperanza (con tan sólo
dieciséis años); un año después nació Takayami Hidetsune, segunda princesa de Tomizume.
El médico le explicó a mi padre que el nacimiento de mi hermana se había complicado y
que mi madrastra no podría volver a concebir más hijos.
Esto hizo que mi padre tuviese que elegir entre buscar una segunda esposa que le diese
un varón o sacrificar a su hija y casarla con algún terrateniente. Mi padre optó por la
segunda opción: sacrificar mi vida.
Pero, como ya he dicho, no fue con un contrato matrimonial. Una semana después de la
llegada de Kaya, el pueblo recibió la noticia de que el señor había tenido una hija con su
segunda esposa y un varón con primera esposa fallecida. A partir de ahí se me conoció
como Hikaru Hidetsune.
No volví a ser una mujer nunca más, mi padre se encargó de que se me criara como un
hombre. Tuve que aprender a vestirme como un varón, a caminar como ellos, incluso a
cambiar mi voz a un tono más profundo (me dejé la garganta en el entrenamiento). Toda
aquella persona que conociera de mi auténtico sexo, ya fuesen criados, guardias o las
propias comadronas, desaparecieron de un día para otro, recibieron grandes cantidades de
dinero o juraron fidelidad a mi padre (un juramento es considerado como el honor de toda
persona, aquel que rompa uno nunca podrá volver a vivir con la cabeza erguida).
Por suerte eran pocos los que conocían mi autentica existencia femenina (a excepción de Takumi-sama).Viví durante cinco años como una mujer y once como hombre.
No me quejo de la elección de mi padre, es más, estoy agradecida de que lo hiciese. Ser
hombre en mi sociedad es mucho mejor que ser mujer, pues tengo más libertad que ellas a
la hora de salir del castillo, viajar a lomos de mi caballo en vez de en un carruaje donde te
duele el trasero nada más empezar la marcha o beber sake.
Claro que también tengo mi lado femenino (muy pequeño, pero lo tengo). A veces,
cuando veo a mi hermana probarse kimonos elaborados con los mejores tejidos y
confeccionados por los mejores diseñadores del país, pienso en que me gustaría, por una
vez en mi vida, poder vestir uno. Al momento me lo replanteo cuando veo a mi hermana
tropezando con el borde de la tela o quejándose del dolor de espalda por el peso de la
ropa o por el calor que sufría ya que el tejido era muy grueso.
Otras veces estamos reunidas mi hermana, mi madrastra y yo en la sala de estar
familiar, tomando un té después del almuerzo y contemplando las vistas del jardín privado;
allí puedo hablar sobre temas que con hombres ni me atrevería a nombrar, aunque siempre
terminan comentando sobre alguna persona (vamos, cotillean). Es ahí cuando me marcho
para continuar con mis labores, pues no me gusta hablar a espaldas de la gente (si tengo
algo que decir, lo digo a la cara).
Cuando Takayami era pequeña, unos cinco o seis años, se reunía con mis padres en el
jardín, al lado del estanque de las carpas, y jugaban a algún juego infantil o mi madrastra
tocaba alguna melodía que hacían dormir a Kaya. Era en esas situaciones cuando podía
ver la estampa de una familia feliz: un padre orgulloso de su hija y cariñoso con su esposa,
una madre dulce que contaba historias fantásticas de lugares lejanos y exóticos y cantaba
canciones. Y una hija que reía con las bromas de su padre o se dormía en el regazo de su
madre. Kaya siempre tuvo un lugar en la familia, yo no. Cuando me miraba a mi misma
pensaba "¿soy un hombre o una mujer?, ¿por qué no puedo ser una princesa más?, ¿por
qué ella y no yo?".
Todo eso me venía a la mente cuando caminaba hacia mis clases de lucha o de
escritura por el corredor exterior. A veces, aunque mi hermana no lo sepa, los celos me
recorrían por las venas cuando su madre le colocaba un instrumento en las manos y le
enseñaba a tocarlo, bajo la atenta mirada de nuestro padre.
Pero estos pensamientos no duraron mucho, pues la desgracia llegó a nuestra amada
ciudad en forma de gripe. Mucha gente murió por no tener medicina para combatir la
enfermedad o porque no dieron con el remedio a tiempo. Entre estas últimas estaba mi
padre. Nos dejó a las tres cuando yo contaba con dieciséis años.
En esos días Kaya estuvo pegada a mi lado como si fuese una garrapata (aunque se lo
agradezco) y llorando en mi hombro mientras que yo preparaba el funeral y entierro de mi
padre y me metalizaba con la idea de que, desde ese momento, yo era el señor de
Tomizume (y de las tierras conquistadas por mis predecesores).
La verdad, cuando lo pensé sólo se me ocurrió decir: "que pereza".
Por suerte eso hizo que Kaya se riera un poco, ella fue quien peor lo pasó, ya que
estaba muy unida a nuestro padre, a diferencia de mi. Aparte de que estuve muchos años
preparándome para sustituirlo en su puesto, por lo que ya sabía como sería mi trabajo y
que debería hacer a partir de ese momento. Volví a tener celos de Takayami porque yo no
pude soltar ni una lágrima mientras que ella parecía un pozo sin fondo (y todo encima de mi
hombro, no pesqué un resfriado de milagro).
Así fue como, desde los dieciséis años, soy el señor (en verdad, señora) de una de las
ciudades más importantes del imperio, tengo a mi cargo la vida de miles de personas,
además de una madrastra y una hermanastra a las que adoro (pero que, a veces, querría
encerrarlas en sus aposentos para no tener que escuchar sus quejas de que el postre no
era suficientemente dulce o cuando empezaban a soltar cuchicheos sobre todo ser viviente
de la ciudad).
Es por ello que tengo que negar a mi buen amigo su propuesta de matrimonio. Takayami
sólo cuenta con catorce primaveras (ya sé que su madre se casó a esa edad) pero, a mi
juicio, sigue siendo una niña pequeña y no quiero que se marche de mi lado tan pronto. Un
capricho de hermana mayor.
Escribí mi respuesta, rechazando educadamente la ventajas que obtendríamos ambas
ciudades con este compromiso, y estampé el mon* de mi clan.
Entregué el documento al mensajero, que se marcho en silencio después de realizar una
reverencia y salir de la sala, respiré profundamente. Desde el jardín escuché unas leves
notas musicales que reconocía del shamisen* de Takayami, por lo que dejé el trabajo a
medias y salí al exterior a tomarme un descanso y comentar con imôto* la última propuesta
de matrimonio que había recibido. Una más de tantas que ya habían enviado y que,
seguramente, seguiré recibiendo.

*Kami: palabra en japonés para aquellas entidades que son adoradas en el shintoísmo.
Aunque la palabra se suele traducir a veces como "dios" o "deidad".
*Mon: insignias de los diversos clanes que existieron durante el periodo feudal de Japón.
*Shamisen: instrumento japonés con tres cuerdas parecido a un banjo.
*Imôto: es la romanización del término japonés que hace referencia a la hermana pequeña de manera afectiva.

lunes, 22 de octubre de 2012

プロローグ (Prólogo)




   La época del Japón feudal se caracterizaba por las guerras civiles entre los diversos señores feudales; pero dentro de esta aparente fachada se escondía una terrible verdad, un mundo más oscuro, tenebroso y tétrico, que el de los humanos: el reino de los youkais*.

   Estos demonios llevaban viviendo en la tierra siglos antes de que llegasen los humanos, desde el surgimiento mismo de las islas japonesas, algunos de ellos provienen de tierras más lejanas, llegando a cruzar el ancho mar del Oeste. Desde tiempos remotos se han dedicado única y exclusivamente a atormentar a los seres humanos, torturándolos y matándolos, debido a que estos habían invadido sus dominios.

   A pesar de todo, los humanos nunca intentaron, siquiera,  buscar la paz con estos entes místicos, pues todo aquello que es diferente a ellos o no entienden lo quieren destruir, ya que lo consideran como una amenaza.  Así fue como la guerra entre hombres y youkais ha perdurado durante siglos en estas tierras. Y así seguirá hasta que nazca alguien con la suficiente decisión y ardor de espíritu como para liderar tanto a hombres como a demonios y consiga la convivencia entre estas dos especies.

   Nos encontramos en el Período Edo, una época caracterizada por una inmensa paz a nivel superficial que fragua los inevitables comienzos de una historia que nos lleva hasta los orígenes de nuestro relato. Nos hallamos concretamente en la ciudad japonesa de Tomizume, en la que la familia Hidetsune llevaba varias generaciones administrando estas tierras en nombre del emperador Tokugawa.

* youkais: son una clase de criaturas en la cultura japonesa que van desde el malévolo oni al travieso kitsune o la mujer pálida Yuki-onna. Unos poseen parte de animal y parte de rasgos humanos (por ejemplo Kappa y Tengu). Los Yōkai son generalmente más poderosos que los seres humanos, y debido a esto, tienden a actuar con arrogancia sobre los mortales. Los Yōkai también tienen valores diferentes de los seres humanos, y cuando estos entran en conflicto pueden conducir a la enemistad.